jueves, 28 de mayo de 2015

Historia del tabaco









El tabaco es un producto procesado a partir de las hojas de Nicotiana tabacum. Es una planta originaria del continente americano. Los expertos en vegetales han determinado que el centro del origen del tabaco se sitúa en la zona andina entre Perú y Ecuador. Los primeros cultivos debieron tener lugar entre cinco mil y tres mil años a. C. Cuando se colonizó América, el consumo estaba extendido por todo el continente. Fumar (inhalar y exhalar el humo del tabaco) era una de las muchas variedades de consumo en América del Sur. Además de fumarse, el tabaco se aspiraba por la nariz, se masticaba, se comía, se bebía, se untaba sobre el cuerpo, se usaba en gotas en los ojos y se usaba en enemas.


Según observó Cristóbal Colón, los indígenas del Caribe fumaban el tabaco valiéndose de una caña en forma de pipa llamada tobago, de donde deriva el nombre de la planta. Al parecer le atribuían propiedades medicinales y lo usaban en sus ceremonias. En 1510, Francisco Hernández de Toledo llevó la semilla a España, cincuenta años después lo introdujo en Francia el diplomático Jean Nicot, al que la planta debe el nombre genérico (Nicotiana). En 1585 lo llevó a Inglaterra el navegante sir Francis Drake; el explorador inglés sir Walter Raleigh inició en la corte isabelina la costumbre de fumar el tabaco en pipa. El nuevo producto se difundió rápidamente por Europa y Rusia, y en el siglo XVII llegó a China, Japón y la costa occidental de África.

En 1560 se produjo un acontecimiento que contribuyó a aumentar aún más la fama del tabaco como poderosa medicina. El embajador de Francia en Portugal, Juan Nicot, mandó traer plantas de tabaco para aplicar a Catalina de Médicis, enferma de úlceras, y dijo que aplicadas convenientemente sanaba con gran rapidez. De Nicot se toma el nombre para denominar nicotina al famoso alcaloide contenido en el tabaco.

 
España monopolizó el comercio del tabaco. Para ello, estableció en 1634 el estanco de este producto para Castilla y León, régimen que en 1707 se amplió a todos los territorios de la corona, acompañado de la prohibición de cultivar la planta en la península para facilitar el control aduanero. La extensión del estanco a Cuba, donde tenía lugar gran parte de la producción, provocó numerosas revueltas y, en 1735, España cedió la explotación a la Compañía de La Habana. La América colonial anglófona se convirtió en el primer productor mundial de tabaco el cultivo se inició en el asentamiento de Jamestown, donde ya en 1615 la planta crecía en jardines, campos y hasta en las calles. En poco tiempo se convirtió en el producto agrícola básico y en el principal medio de cambio de la colonia. En 1776, el cultivo se extendió hacia Carolina del Norte y llegó por el oeste hasta Missouri. Hacia 1864, un agricultor de Ohio obtuvo por casualidad una cepa deficiente en clorofila que recibió el nombre de burley blanco y acabó por convertirse en el ingrediente principal de las mezclas de picadura americana, sobre todo a partir de la invención en 1881 de la máquina de elaborar cigarrillos.



La planta del tabaco, al igual que otros muchos productos descubiertos en el Nuevo Continente, se difundió por todo el mundo rápidamente. Siempre estuvo rodeado de una impronta mágico-religiosa y de distinción social, consecuencia directa del uso propio que los mismos indígenas hacían de ella en sus ceremonias y rituales.
Añadía a su atractivo natural, ciertos elementos, tales como el fuego, el humo, el aroma, y un cierto aletargamiento de los sentidos, que lo singularizaban de una manera especial entre las múltiples experiencias halladas al otro lado del Atlántico.
Pero, lo más importante, a todo ello se le sumó su vertiente curativa o terapéutica, que los caciques indios se encargaban de enseñar y propagar dentro de sus funciones de sacerdote, curandero y adivino. Como era de esperar, ese doble caracter mágico-curativo del tabaco, adornado con el componente exótico que adornaba en general a todo lo que se importaba del recién descubierto Nuevo Continente Americano calaba con fuerza en las ignorantes y supersticiosas sociedades europeas, saturadas de mitos, cuentos y leyendas.
No cabe duda alguna de que inicialmente fue su vertiente terapéutica la que caló con más fuerza entre los médicos e intelectuales que tuvieron los primeros contactos con América y sus gentes, así como en las capas más altas de la sociedad. Aquellos médicos que por primera vez estudiaron de forma científica la planta del tabaco, profundamente imbuidos de su visión hipocrática, lo catalogaron como un remedio simple, de cualidad seca y caliente, que traducido a nuestro lenguaje quería decir que sus cualidades estaban ocultas o no aparentes, un remedio que cumplía desde el principio con las expectativas: exótico, avalado en origen por un uso realmente exitoso, aroma agradable e intenso, hermosa apariencia, sin olvidar su conocida fama de estimulante y coadyuvante en situaciones de esfuerzo, recogido ya por los primeros cronistas españoles, que lo equiparaban a otra hierba ya conocida por entonces como la coca. 

martes, 26 de mayo de 2015

JUAN PACHECO, PRIVADO DE ENRIQUE IV DE CASTILLA.
LA PASIÓN POR LA RIQUEZA Y EL PODER
 


El profesor Alfonso Franco Silva retrata en su libro “Juan Pacheco, privado de Enrique IV de Castilla”, la pasión por la riqueza y el poder y realiza, así, un retrato político del siglo XV.
Editado por las universidades de Granada, Sevilla y Cádiz, el volumen, de 750 páginas, desvela la apasionante vida del que fuera marqués de Villena, maestre de Santiago y valido del rey Enrique.
Juan Pacheco desarrolla su actividad en los últimos 14 años del reinado de Juan II y en todos los de su sucesor, Enrique IV. Y si la época es compleja y rica en hechos y circunstancias, no menos complejo y fascinante es el personaje, odiado por muchos y querido por muy pocos, y nunca bien parado en la comparación con su antecesor Álvaro de Luna, privado de Juan II.
El profesor Alfonso Franco Silva afirma en su libro: “Tartamudo, ambicioso, egoísta sin límites, traidor, taimado, mentiroso. Los cronistas no se privaron de enumerar sus muchos defectos. Quizá por eso su figura no ha sido suficientemente estudiada y la historiografía se ha visto privada de la semblanza de un personaje al que hizo su época y no al revés. La figura de Juan Pacheco ofrece numerosas perspectivas de estudio que sin duda contribuirán a arrojar más luz sobre una etapa apasionante de la historia española”.
Franco Silva narra en este libro cómo el legado de un personaje tan singular como Juan Pacheco (1419-1474), que construyó, insaciable, un enorme patrimonio durante muchos años en que aprovechó todas las oportunidades que se le ofrecieron en la vida, acabaría, tras su muerte a mediados del siglo XV, expoliado en dos o tres años, pues su hijo y sucesor principal, Diego López Pacheco, no supo o, más bien, no pudo conservar la riquísima herencia que su padre le había dejado en mayorazgo.


Dr. Alfonso Franco y Silva
El libro se estructura en seis capítulos: “Los Pacheco. Un linaje de origen portugués”, “Juan Pacheco. De doncel del príncipe de Asturias a Marqués de Villena”, “Las intrigas políticas de Juan Pacheco. Del combate de Olmedo a la muerte de Juan II (1445-1454)”, “En el poder. La gran época del privado (1454-1464)”, “La intervención de Juan Pacheco en la guerra civil (1464-1468)”, “El camino sin retorno. De los Toros de Guisando a Trujillo”. El volumen se completa con unas páginas finales a modo de conclusión, así como apéndice documental, e índices toponímico, onomástico y general.

El autor
El autor de este volumen, Alfonso Franco Silva (1950), es académico de número, con el sillón B, de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Letras y Artes, desde 1994; es también académico de la Real Academia de la Historia, Academia de San Dionisio de Jerez, Academia Sevillana de Buenas Letras, Academia de San Romualdo de San Fernando, Academia Alfonso X de Murcia, y Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía.
Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Cádiz, es autor de numerosas obras, y ha centrado sus estudios en la historia de los municipios andaluces bajomedievales; la marginación social en el reino de Castilla y el régimen señorial y la nobleza Trastamarista. Ha sido director de la revista científica “Estudios de Historia y Arqueología Medievales”, publicada por la Universidad de Cádiz; es miembro del Consejo de Redacción de la revista “Arqueología y Territorio Medieval”, publicada por la Universidad de Jaén, del Consejo Asesor de la revista “Meridies”, editada por la Universidad de Córdoba, y de la revista “Andalucía en la Historia”, editada por el Centro de Estudios Andaluces de la Junta de Andalucía.

lunes, 25 de mayo de 2015

Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel, Princesa de Gales

La duquesa Carolina Amelia Elisabeth de Brünswick-Wolfenbüttel nació el 17 de mayo de 1768 en la localidad alemana de Braunschweig, capital del ducado del mismo nombre, hija del Duque Carlos II Guillermo Fernando de Brünswick-Wolfenbüttel y de la Princesa Augusta de Gales, hermana mayor ésta del rey Jorge III de Gran-Bretaña. Con 26 primaveras y a punto de cumplir los 27, se veía enviada a Londres para unirse al heredero del trono británico, el Príncipe de Gales, con el que la habían prometido sus padres en 1794.
Caroline, Princess of Wales, 1798 by Sir Thomas Lawrence.jpg La duquesa Carolina se convirtió en un precioso peón en el tablero de las alianzas a ojos de la Corona Británica, entonces ya en guerra contra la Francia Revolucionaria: aunque ésta era princesa de un minúsculo Estado enclavado en el rompecabezas del Sacro Santo Imperio Romano Germánico, su parentesco con el rey de Prusia y la estrecha amistad de su padre con dicho soberano la convirtieron en una princesa deseable para el Gobierno de Su Graciosa Majestad. Puesto que se trataba de un juego de alianzas políticas en el que no cabían sentimientos, Londres mandó formalmente la petición de mano a la corte ducal germana y, poco después, se anunció el compromiso del Príncipe de Gales con la duquesa "por cortesía" Carolina de Brünswick-Wolfenbüttel. Jorge III mandó a Lord Malmesbury, quien llegó a Braunschweig el 20 de noviembre de 1794 para recoger a la novia y conducirla hasta su nuevo destino. En su diario, Lord Malmesbury dejó consignadas sus impresiones sobre la futura Princesa de Gales: "...carece de sentido común, decoro y tacto, habla fácilmente sin pensar primero, es muy dada a la indiscreción y, para colmo, olvida gustosamente asearse o mudar sus ropas sucias." Sin embargo, el mismo diplomático de ocasión cita que tiene una personalidad sin artificios, natural pero sin moralidad alguna y que desconoce por completo el valor, la utilidad y necesidad de su persona; a esto añade su gran valentía en el momento de la travesía del Canal de la Mancha, bajo el fuego cruzado de los cañones franceses y británicos.