miércoles, 19 de septiembre de 2018

El Rey
historia de la monarquía. Volumen III

                
  • Editor/a José Antonio Escudero
                                
  • ISBN: 9788408080657
  • Editorial: Editorial Planeta                                
  • Lugar de la edición: Barcelona. España

José Antonio Escudero, autor.

martes, 18 de septiembre de 2018

Studio Peregalli by Massimo Listri

Laura Sartori Rímini and Roberto Peregalli
 
 
 
 


lunes, 17 de septiembre de 2018

La Princesa Irene de Grecia y Dinamarca (1904-1974), Reina de Croacia.


Mujer de gran valía intelectual y de notable elegancia, la princesa Irene tuvo que hacer frente a lo largo de su vida a no pocos reveses del destino, como el largo exilio o incluso la prisión a manos de las autoridades nazis. Hoy, pues, dedicamos estas líneas a la Duquesa de Aosta, Irene de Grecia y Dinamarca. Nació la futura Soberana croata el 13 de febrero de 1904 en Atenas, siendo la quinta hija del futuro rey Constantino I de Grecia (1868-1923) y de la princesa Sofía de Prusia (1870-1932), después tres varones y de su hermana Elena (1896-1982). Nueve años después del nacimiento de Irene llegaría la benjamina de la familia, la princesa Catalina (1913-2007), quien se convertiría en su mejor amiga y en un apoyo constante a lo largo de su vida. La infancia de la Princesa transcurriría sin grandes sobresaltos, lo que le permitiría recibir una amplia formación, convirtiéndola en políglota y amante del arte.   
 
A los trece años, su padre, ya Monarca, fue obligado a abdicar en favor de su hijo Alejandro (1893-1920), por lo que Irene se trasladó con sus padres al exilio suizo.  El rey Alejandro reinaría Grecia poco más de tres años, una vez que en 1920 moriría de forma trágica a causa de una infección producida por la mordedura de un mono. El pueblo griego conmocionado, en plebiscito, pediría entonces de forma abrumadora el regreso del rey Constantino, quien ocuparía el trono por un período de dos años, tras los cuales volvería a abdicar, esta vez a favor de su hijo Jorge (1890-1947). Esta nueva renuncia de su padre – quien moriría apenas un año después - llevaría por segunda vez a Irene al destierro, esta vez en Italia y en compañía de su madre y de su querida hermana Catalina.
En tierras italianas, la joven Irene no quiso llevar la vida regalada y ociosa que le habría correspondido como hija y nieta de Reyes. En Florencia, la Princesa griega, siempre muy solidaria, decidió formarse como enfermera en un hospital local. Por las noches, la joven disfrutó como una chica más de su edad de las noches de Florencia, visitando con asiduidad los salones de baile y convirtiéndose poco a poco en una celebridad en la ciudad transalpina.                
 
                     
Casó con el Duque de Espoleto y futuro Duque de Aosta, el príncipe Aimón. La joven había conocido a este aristócrata italiano – cuyo bisabuelo era el rey Víctor Manuel II (1820-1878) – en una fiesta de exiliados griegos en Italia en la que los dos habrían quedado prendados el uno del otro. El Príncipe, hombre muy apuesto y muy aficionado al alpinismo, llegó a romper la relación formal que mantenía con la infanta Beatriz de España (1909-2002). Pese a que en la corte griega se consideró que el matrimonio no cumplía con las expectativas creadas en torno a la princesa Irene, ésta se negó a renunciar al amor. Los Príncipes casarían finalmente el 1 de julio de 1939 en Florencia.                                        
Apenas tuvieron los recién casados tiempo para disfrutar de su sincero amor. El estallido de la Segunda Guerra Mundial supondría un auténtico terremoto en todos los aspectos de la vida de los europeos, incluida la de los Príncipes. La princesa Irene decidiría alistarse en la Cruz Roja y llegaría a viajar a la Unión Soviética para auxiliar a los heridos del conflicto. Su labor, calificada por muchos de heroica, solo terminaría cuando quedara embarazada de su único hijo, el príncipe Amadeo (1943).
Al mismo tiempo, el príncipe Aimón se vio inmerso en una operación política que le colocaría en el trono de Croacia. El llamado Estado Independiente de Croacia había sido creado en 1941 como un país títere al servicio de fascistas alemanes e italianos. Al rey Víctor Manuel III se le encargaría la tarea de designar un Monarca para este país. El Soberano transalpino se decidiría por su primo, el príncipe Aimón, quien en primera instancia se negó a aceptar el ofrecimiento. Es conocido que la princesa Irene llegó a entrevistarse con varios consejeros del Rey italiano, intentando por todos los medios evitar la coronación de su marido. Finalmente, y sometido a una presión más que considerable – algunas fuentes apuntan incluso a graves amenazas -, el Príncipe dio su brazo a torcer y se convirtió en Rey de Croacia con el nombre de Tomislav II. De este modo, la princesa Irene se convertía en Reina. Influenciado por su esposa – que temía ser víctima de un atentado en tierras croatas -, el nuevo Rey ni siquiera llegó a viajar a su nueva nación, gobernando vagamente desde su oficina en Roma. La reina Irene tampoco gustaba que se la denominara majestad en los actos públicos y siempre subrayaba, para desagrado de las autoridades italianas, que ni ella ni su marido nada tenían que ver con Croacia, país que les resultaba totalmente extraño.   
Tras el armisticio de Italia y el fin del régimen de Mussolini, el rey Aimón abdicó del trono croata. Comenzaría así un calvario para Irene y su familia, una vez que serían detenidos por los alemanes y llevados a campos de trabajo tanto en Austria como en Polonia. No sería hasta 1945, coincidiendo con la derrota de los alemanes, cuando serían liberados de nuevo. Pese a las penurias vividas, la princesa Irene siempre mantuvo una postura digna, negándose a recibir privilegios por su condición y compartiendo el infortunio con sus compañeros de cautiverio.
 
Irene de Grecia y Dinamarca, Duquesa de Aosta. 2.Ernesto Augusto de Hanover 3.Federica de Hanover. 4.Pablo de Grecia y Dinamarca 5.Victoria Luisa de Prusia
 
De vuelta en Italia, la relación con su marido se deterioró hasta el punto que cuando en 1947 se proclamó la República italiana, ambos eligieron destinos diferentes para marchar al exilio. El Príncipe viajaría a Sudamérica, mientras que la Princesa y su hijo, el príncipe Amadeo, optaron por Suiza. El contacto familiar prácticamente se desvaneció. Amión moriría en Buenos Aires en 1948, sin poder soportar los rigores del destierro.
Los últimos años de vida los pasará la princesa Irene al lado de su hermana Elena de regreso en Italia, en Fiesole. Allí morirá el 15 de abril de 1974 a la edad de setenta años. Sus restos mortales descansan en la Cripta Real de la Basílica de Superga, en Turín, en donde se entierran tradicionalmente los miembros de la Casa de Saboya.
Coat of arms of the savoy-aosta line

domingo, 16 de septiembre de 2018

Gaspar Melchor de Jovellanos by Goya (1798)


EL MARQUÉS DE VIANA Y LA CAZA



Viana y Alfonso XIII cazaron juntos en muchos otros sitios, incluso en el extranjero (Escocia y Hungría). El marqués de Viana y la caza da buena cuenta de jornadas cinegéticas en cotos andaluces, incluido Doñana; en los Picos de Europa; en Gredos, donde la afición real sirvió para preservar la emblemática Capra pyrenaica victoriae, o en fincas de postín de la geografía española como Encomienda de Mudela (Ciudad Real), La Ventosilla (Toledo) o El Guadalperal (Cáceres), propiedad de Hernando Fitz-James Stuart, duque de Peñaranda y hermano del XVII duque de Alba. Acabaría siendo, además, yerno de Viana, al casar con su hija Carmen. El hoy duque de Peñaranda, Jaime Fitz-James Stuart, es también IV marqués de Viana. De hecho, es en El Guadalperal donde se conservan los 24 álbumes fotográficos que recopiló Viana. De dos de esos álbumes y del archivo del palacio de Viana, en Córdoba, proceden la casi totalidad de imágenes ahora recopiladas.
Su tío, el I marqués de Viana, Teobaldo Saavedra, con el que creció el futuro montero de Alfonso XIII tras quedar huérfano a los 7 años, fue un gran aficionado a la fotografía. Él no tanto, a pesar de mostrar gran interés por otros avances técnicos de su tiempo como los coches y los primeros aviones. Sin embargo, sorprende la minuciosa atención con que clasificaba sus fotos, a veces acompañadas de precisas anotaciones en depurada caligrafía. Todas juntas componen el retrato de ese señor de vitalidad exagerada que casi siempre vestía en sus jornadas de caza un sombrero hongo algo ridículo, pero también el de toda una época. Tal vez no seamos todos más que eso: retratos de la época que nos tocó vivir.

Juan García-Carranza Benjumea, autor.
El marqués de Viana y la caza, de José de Saavedra y Salamanca, II marqués de Viana.


sábado, 15 de septiembre de 2018


           EL ESCRITOR IÑIGO YBARRA MENCOS


Iñigo Ybarra Mencos
Fuente: ABC de Sevilla

Entre las últimas obras de este literato está la novela «La ardilla», la historia de un grupo de amigos de la alta sociedad sevillana en el verano previo a su incorporación a la universidad, allá por 1974. Ybarra también escribió «Valentín de Madariaga y Oya» o «La encina del francés». También fue muy celebrado su libro de viajes «A trompicones», que presentó en 2001. Entre sus biografías destacan «Alfonso de Zunzunegui» y «El doctor Thebussem: La realidad de la ficción».

LAS MUJERES YBARRA, NIDO Y NUDO


Las mujeres Ybarra, nido y nudo
de Clara Zamora Meca
Sevilla, 2017




De un arraigado linaje, una vida exitosa y
 un extenso árbol genealógico. Y de una idea

visionaria de transmitirlo, este libro.
Coincidiendo con el segundo centenario del nacimiento del I
Conde de Ybarra, José María Ybarra Gutiérrez
de Caviedes, salió a la luz el año pasado esta
obra, que nos permite ahondar en la historia
más desconocida de esta dinastía a través de
sus mujeres.

“Ha sido un trabajo muy intenso y laborioso”
nos explicaba al respecto y reconocía haber
contado con la absoluta colaboración
de la familia y estar muy contenta con
el resultado. Como ella dice, “siempre
poniendo mucho afecto y mucha delicadeza”
ha sido posible concebir este “documento
que recoge las costumbres y formas de vida
de la mujer española de una clase social
acomodada”. Un libro que sienta las bases
para futuras generaciones y que, como
corresponde a una profesional de la talla
de Clara Zamora –Doctora en Historia del
Arte por la Universidad de Sevilla, con doble
licenciatura en Periodismo y en Geografía e
Historia-, ha sido escrito con “rigor, nobleza
y entusiasmo”.
Inmerso en una audaz metáfora, el título del
libro hace referencia a la semilla (nido) en la
que nacen todos los Ybarra y la transmisión
de valores recibidos (nudo), que van
constituyendo las distintas ramas del árbol
de una familia educada, como nos explicaba
Clara, en valores tradicionales y siempre
bajo la moral cristiana. Es así como fiel a la
idiosincrasia de una familia como la de los
Ybarra, Zamora pone en nuestras manos
una obra elegante, visualmente organizada y
atractiva, escrita bajo unos claros parámetros
de coherencia, equilibrio y precisión, como
explica ella en la presentación.
Las elegidas han sido ellas, las consortes que
dieron descendencia a un linaje en el que “la
familia era el pilar de sus vidas”, nos decía
Clara. A través de las biografías se acude a
la evolución de la figura de la mujer desde
finales del siglo XIX, educadas y criadas en la
moral cristiana y vistas bajo el contexto social
y cultural de la época. Portadoras de una
base existencial férrea, las mujeres Ybarra
han aportado la estabilidad emocional a lo
largo de las distintas generaciones y eso ha
permitido el éxito y la efectividad laboral de
la familia.
El libro empieza con la mujer que cambió el
destino de esta dinastía, la sevillana María
Dolores González Álvarez, mujer de José
María Ybarra Gutiérrez de Caviedes, I Conde
de Ybarra, que llegó a Sevilla desde el norte
de España huyendo del general Espartero.
Fue así como el destino quiso que desde la
capital andaluza comenzaran a crecer las
ramas de este extenso árbol genealógico. Y
no sólo cambió el devenir del linaje, sino de
la propia ciudad, ya que fue el I Conde de
Ybarra quien, entre otras cosas, constituyó
junto al catalán Narciso Bonaplata la Feria de
Sevilla.
Las mujeres Ybarra, nido y nudo