miércoles, 24 de febrero de 2016


Palacio de Buenavista (Madrid)

El actual Cuartel General del Ejército -situado en la calle Prim número 6- fue construido en el siglo XVI en la Real finca conocida como Altillo de Buenavista (de ahí el nombre). El arzobispo de Toledo, D. Gaspar de Quiroga, regaló la propiedad al rey Felipe II con ocasión del traslado de la Corte desde Valladolid hasta Madrid. Se cedió al Ejército en 1816.

martes, 23 de febrero de 2016

Las relaciones peligrosas: Choderlos de Laclos.
Trad. David M. Copé. Ilustraciones de Alejandra Acosta. Sexto Piso. Madrid, 2016.

Texto: Manuel Gregorio González

Es imposible acudir a la obra de Choderlos de Laclos, a su refinada y compleja iniquidad, sin mencionar dos obras que la preceden y, en cierto modo, la explican: La nueva Eloísa de Rousseau y Las penas del joven Werther del consejero Goethe. Una y otra acuden al género epistolar, o al diario íntimo, para incidir en una nueva realidad, visible en la pintura de Chardin, que se ha extendido sobre el siglo XVIII: la intimidad doméstica y su exposición al público. Ambas orbitan, de igual modo, en torno a una magnitud que hallará su cénit en el siglo siguiente: el amor, el amor/pasión, y cuanto concierne a su archipiélago de gozos y desdichas. También cabría citar, en relación a Laclos, la obra del marqués de Sade; pero no por su reiterada alusión a los fluidos corporales, sino porque en Sade se articula un nuevo modelo de sociedad en el que la antigua voluntad de Dios ha sido sustituida por la voluntad -tiránica- del hombre.
Choderlos de Laclos
Esto mismo es lo que diferencia esencialmente Las relaciones peligrosas de Laclos de El burlador de Sevilla de Tirso (el Tenorio de Zorrilla es, en este sentido, un regreso romántico a la teodicea barroca). Mientras que en El burlador son las leyes divinas aquello que se vulnera, y lo que propiciará el castigo de quien las infringe, en Las relaciones peligrosas es la convención social, su refinado minué, lo que Valmont y Merteuil injurian a su capricho y sin que el edificio social, las costumbres nobiliarias del rococó, se resientan por ello. En cierto modo, se trata de una deshonesta policía de la moral, que incita con su inmoralidad al recato de sus posibles víctimas. Pero se trata, principalmente, de una modulación adversa del lenguaje del amor, de su tierna gramática, que los libertinos de Laclos pervierten/revierten en su beneficio. Esto implica, necesariamente, que existe un lenguaje amoroso convencional, común a las clases ilustradas, y que Valmont y Merteuil lo conocen mucho mejor que sus víctimas. Pero ¿de dónde ha emergido dicho lenguaje? ¿Cuáles son sus fuentes inmediatas? Ya lo hemos mencionado al comienzo de estas líneas; La nueva Eloísa de Rousseau, la Clarissa de Richardson, el Werther de Goethe, y una abundante literatura epistolar y amatoria, serán las que proporcionen a los jóvenes amantes un lenguaje exaltado y una gestualidad, unas costumbres, una iconografía, fácilmente visibles en la pintura de Boucher, de Watteau, de Fragonard o del Goya más cortesano. Todo lo cual implica un hábito lector que, en el XVIII de Laclos y de Ann Radcliffe, es un lector, en buena medida, femenino.
He aquí, probablemente, el nudo último de Las relaciones peligrosas. No es sólo que la marquesa de Merteuil sea mucho más inteligente, mucho más sutil y despiadada que el vizconde de Valmont. No es sólo que acuda a este comportamiento, según propia confesión, para eludir a los libertinos como Valmont y burlarse de ellos. Lo que subyace a Las relaciones peligrosas es el nuevo concepto del amor que ha nacido de estas novelas y para ese tipo de lectoras. Me refiero, obviamente, al amor/pasión que triunfará unas décadas más tarde. Pero me refiero, en primer término, al matrimonio por amor, a las afinidades electivas que ponderó Goethe, y que pretendían desbancar la secular costumbre del matrimonio de conveniencia. Es en este pliegue de la Historia donde la novela gótica a lo Radcliffe, o la novela amorosa que aquí tratamos, adquieren su particular importancia. Si las jóvenes heroínas de Laclos sueñan con un amor verdadero, con un amor puro, indestructible, que sortee cualquier tipo de adversidad, lo sueñan, en gran parte, porque su matrimonio ha sido ya concertado por sus padres. Con lo cual, Valmont acudirá a este novísimo lenguaje de los sentimientos, a su dulce palinodia, no para entregarse al vértigo y la desmesura del enamoramiento, sino para hechizar a sus víctimas y devolverlas a la sociedad, burladas en su ideal y con la huella de una irreversible mácula.  
Valmont
Digamos, por último que, si antes nos hemos referido a Sade, lo hacíamos porque Valmont/Merteuil encarnan, al igual que los libertinos del marqués, una voluntad absoluta de predominio y una idea fisiológica, mecanicista, de los apetitos humanos. Así, mientras las doncellas sucumben al ominoso encanto de Valtmont, a su teatral cortejo (y la idea del teatro, de la dramatización de los sentimientos, necesitada de un espectador, subyace a toda la obra), para Valmont todo ese lenguaje del amor, toda esa lírica del deslumbramiento, no serán sino herramientas de poder, argucias con que la razón favorece la consunción y el fuego de los cuerpos.
Fuente: Diario de Jerez

lunes, 22 de febrero de 2016

"¿Promete y jura gobernar los pueblos del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, la Unión de Sudáfrica, Pakistán y Ceilán, así como sus posesiones y demás territorios pertenecientes a cualquiera de ellos de acuerdo con sus respectivas leyes y costumbres?". Fue la pregunta que escuchó la menuda figura de Isabel Alejandra María Windsor del arzobispo de Canterbury en el día del señor del 2 de junio de 1953. Y su voz, juvenil pero firme, resonó en la abadía de Wensmister: "Lo prometo solemnemente". Esas breves palabras cerraban una de las ceremonias más complejas del protocolo: la coronación de un rey inglés.
 Todos los monarcas europeos (salvo los reyes ingleses) han sido proclamados ante los parlamentos por lo que la última gran ceremonia de coronación, plagada de rituales, fue la de Isabel II, el 2 de junio de 1953. La soberana -de la que el rey Faruk dijo que a finales del siglo XX querían solo 5 reyes en Europa, ella y los 4 de la baraja- tuvo la más suntuosa y simbólica ceremonia y fue la primera a la que se pudo contemplar por televisión y que vieron 20 millones de súbditos británicos.
Nunca antes el pueblo soberano había podido contemplar los mil y un detalles y procesos que envuelven un aparato complejo y delicado como pocos. La última vez que se había coronado a un rey fue la de Jorge VI el 12 de mayo de 1937, cuando la entonces princesa tenía 11 años. Un año después de la muerte de su padre y siendo ya reina de pleno derecho, Isabel fue la protagonista de la ceremonia que, durante 900 años, había tenido lugar en la abadía de Westminster. La reina Isabel es la monarca número treinta y nueve en ser coronada y la sexta reina por derecho propio.
La coronación fue uno de los primeros eventos en ser retransmitidos por televisión y para muchos británicos fue la primera vez que veían algo retransmitido ya que no había demasiados aparatos entonces. Se calcula que un total de 27 millones de telespectadores vieron la ceremonia y más de 11 millones escuharon la retransmisión por radio. Más de 2000 periodistas y 500 fotógrafos de 91 países. Los cámaras fueron seleccionados por su altura ya que los espacios que debían ocupar eran muy pequeños. Una de las periodistas acreditadas como corresponsal del Washington Times Herald fue Jacqueline Bouvier, la que más tarde sería la primera dama Jackie Kennedy. Entre las grandes noticas de aquel día se coló una que sería muy celebrada: el alpinista británico Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay habían coronado el Everest. Aquel 2 de junio de 1953 sería un gran día para recordar.
 
Fuente: Vanity Fair

martes, 16 de febrero de 2016

Arthur Wellesley, 1st Duke of Wellington

Arthur Wellesley, 1st Duke of Wellington, (1 May 1769 – 14 September 1852), was an Anglo-Irish soldier and statesman, and one of the leading military and political figures of 19th-century Britain. His defeat of Napoleon at the Battle of Waterloo in 1815 put him in the top rank of Britain's military heroes. In 2002, he was number 14 in the BBC's poll of the 100 Greatest Britons.

Wellington's coat of arms

lunes, 1 de febrero de 2016

Vienna, 1900

The title of this watercolor painting is Hofball in Wien (Court Ball in Vienna). It is also sometimes referred to as Vienna Waltz. It was painted in 1900 by Wilhelm Gause. It may be seen in the Historisches Museum der Stadt Wien (Historical Museum of the City of Vienna). Vienna, Austria.