El Duque de Rivas
Texto. ABC. Andrés AmorósÁngel de Saavedra nació en Córdoba, en 1791, de familia aristocrática. Participó en la Guerra de la Independencia. Fernando VII le condenó a muerte, por su incipiente liberalismo. Embarcó a Inglaterra, como tantos emigrados, y, luego, a Italia. Encarnaba la paradoja que ha estudiado Vicente Llorens, en su clásico estudio «Liberales y románticos»: huyó de España y eso le permitió conectar con la literatura romántica europea. Volvió del exilio en 1834 y publicó «El moro expósito», una recreación del tema legendario de Mudarra. Al año siguiente, estrenó «Don Álvaro». Algo posteriores son sus «Romances históricos», antecedentes de las «Leyendas» de Zorrilla, entre los que destaca el popularísimo «Un castellano leal». Ya consagrado, ocupó importantes cargos: embajador, presidente del Consejo de Estado, director de la Real Academia... Como tantos otros, había evolucionado mucho. Resume Llorens: «El liberal exaltado de la juventud se ha convertido en el reaccionario también exaltado de la vejez. Y no sólo políticamente: también en sus gustos literarios». Murió en Madrid, en 1865.
Juanito Valera lo recuerda con gran simpatía: «Chistosísimo en la conversación, lleno de gracia y de viveza andaluzas, e incomparable contador de cuentos...». El duque, muy aficionado a la pintura, se complacía retratando a bellas mujeres napolitanas, ligeras de ropa, que su joven agregado observaba con deleite, mientras leía; luego, el pintor añadiría poéticos títulos a sus obras: «La inocencia», «La melancolía»... Con 56 años, se autorretrataba irónicamente: «Ni amistad santa me faltó tampoco / de hermosísimas damas; sin peluca, / ni tos, ni panza, ni tabaco y moco / puede un anciano verde alzar la nuca, / y logré que dijeran muchas bellas: / ¡Quanto è simpaticone questo Duca!».
Texto: Andrés Amorós |
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